Israel proclama su fe contando su historia

«Israel es un pueblo que proclama su fe contando su propia historia. No lo hace enunciando conceptos filosóficos, definiciones dogmáticas o verdades abstractas sobre la esencia divina, sino recordando una secuencia de acontecimientos pasados en los que ha experimentado la intervención liberadora de Yahvé.»

(Dios actúa en la historia)

Fe significa estar convencido de que todo sucede por mí

«El en Nuevo Testamento, tener fe significa estar convencido de que todo sucede por mí, que Cristo murió en la cruz por mí, y que eso es para mí el acontecimiento central. En la medida en que la historia del pueblo de Israel llega a cumplimiento en la cruz de Cristo, entraña un significado profundo para mi salvación individual.»

(Oscar Cullmann, Cristo y el tiempo, Madrid: Cristiandad, 2008, pág. 268)

La inscripción de la Ley en el corazón es expresión de una vida ya poseída

«La inscripción de la Ley de Dios en el corazón del primer hombre no fue en ningún momento un medio para asegurar la vida: fue, por el contrario, la expresión de una vida ya poseída. Dios otorgó al hombre la vida espiritual y entonces le dio su Ley. De manera similar, en la posterior promulgación de la Ley en el Sinaí, la Ley fue dada, no porque a partir de entonces los hombres tuvieran que ganarse su salvación mediante su cumplimiento, sino porque de acuerdo con la dispensación del Antiguo Testamento, y según su manera característica, esos hombres eran ya un pueblo salvado.»

(E. F. Kevan, La Ley y el Evangelio, Barcelona: Ediciones Evangélicas Europeas, 1973, pág. 67)

Dios usó a Israel como el vehículo de la revelación

«La Ley del Sinaí, aunque dada al pueblo hebreo, fue fundamentalmente una revelación hecha a la Humanidad en su conjunto. Era de esperar que, en una revelación históricamente condicionada, esta primera limitación a un pueblo sería inevitable. Dios usó a Israel, su “siervo”, como el vehículo de la revelación al publicar de nuevo esa Ley moral que, originalmente, había estado escrita en el corazón del hombre.»

(E. F. Kevan, La Ley y el Evangelio, Barcelona: Ediciones Evangélicas Europeas, 1973, pág. 57)