«Cristo ha derribado toda pared, incluyendo la que separaba a los pastores de los laicos. En el reino de Cristo hay una sola clase: la clase sacerdotal en la que nacen todos los creyentes cuando aceptan a Cristo Jesús como su Redentor.»
«La imitación de Cristo sólo es posible a condición de que reconozcamos de antemano que no podemos imitar a Jesús: él es sin pecado y nosotros somos pecadores; él ofrece el sacrificio de su muerte expiatoria y nosotros somos incapaces de ello. […] La relación entre nuestra perfección y la del sumo Sacerdote sólo puede realizarse a través de nuestra fe en el efápax [“una sola vez”] del acto sacrificial de Cristo.»
(Oscar Cullmann, Cristología del Nuevo Testamento, Salamanca: Sígueme, 1998, pág. 158)
«Habiendo sido reconciliados con Dios por el sacrificio único de Cristo somos todos por su gracia convertidos en sacrificadores dedicando a la gloria de Dios cuanto somos y tenemos. El sacrificio de expiación ya está hecho y nadie puede volverlo a hacer sin deshonrar la cruz de Cristo.»
(Juan Calvino, Epístola a los Romanos, Grand Rapids, Michigan: Iglesia Cristiana Reformada, 1988, pág. 318)
«Bíblicamente mujeres y hombres somos sacerdotes al servicio del único sumo sacerdote, Jesús, y ejercemos las funciones propias del sacerdocio actual: “sacrificios espirituales”, es decir, oraciones por uno mismo y por otros, en un régimen de libre acceso a Dios sin ningún otro intermediario –ni humano ni celestial– que Jesús.»